Habla la conciencia
Lutero en la Dieta de Worms
Al lado de Wittenberg es ante todo Worms que cuenta como lugar de acción más conocido del reformador. Eran sólo diez días que Lutero pasaba en esta ciudad en las orillas del Rín, pero eran diez días que cambiaron los fundamentos de la historia humana.
El 27 de enero 1521, dentro del Ayuntamiento de Worms, ciudad imperial antigua y orgullosa, Carlos V. da apertura a la Dieta imperial. Por más de cuatro meses los poderosos Estados Imperiales -príncipes y concejales, sacerdotes y embajadores- disputan y negocian respecto de los temas que conmueven a los países alemanes. Pero en este año también habrá que escuchar a un joven profesor de Wittenberg el que con sus tesis hace furor a lo largo y ancho de las regiones: Martín Lutero.
Llueve escritos luteranos
El joven Carlos -apenas de 19 años de edad -es Emperador de Alemania, Rey de España, gobernante sobre un imperio en el cual el sol no se pone. Sólo el año anterior había sido coronado en la Catedral de Aquisgrán. Los problemas del Imperio le son mayormente unas incógnitas, ya que había sido criado en los Países Bajos de los Habsburgos. Tiene dificultades también con el complicado idioma alemán. Carlos espera que con la Dieta pueda dar solución a todas las cuestiones alemanas y rápidamente regresar a España donde debe organizar la lucha contra su enemigo íntimo, el rey de Francia. Empero, pronto se ve obligado a reconocer que el conflicto de intereses entre los participantes es grande. Las negaciones por el mero protocolo parecen interminables.
Lutero mismo no está incluido en el orden del día. Los Estados Imperiales no quieren ocuparse de su obra. En el centro de atención se encuentran más bien los temas acostumbrados de la legislación imperial: disputas sobre administración y la paz interior. Punto por punto los diversos comisiones deben tratar con el amplio programa. Para el pueblo, sin embargo, el teólogo de Wittenberg es tema de conversación número uno. En 1517 había clavado sus 95 tesos en contra de la venta de indulgencias en el portón de la Catedral de castillo de Wittenberg y, desde entonces, redactado toda una seria de publicaciones críticas a la Iglesia. Gracias a la nueva técnica de la imprenta, se difunden muy rápidamente por todo el Imperio y se convierten cada uno en un éxito publicitario. Incluso en Worms mismo las obras de Lutero tienen gran demanda, así que el nuncio papal consta: «Todos los días llueve escritos luteranos en alemán y latín.» Ya no se ofrece a la venta «ninguna otra cosa que las obras de Lutero».
El viaje a Worms
Con todo, sólo hace pocas semanas que Lutero ha sido declarado implícitamente hereje al recibir la excomunión papal. Un breve tiempo antes, esto hubiera conducido a su muerte de forma automática. Pero desde hace apenas dos años, también un hereje tiene derecho a un proceso judicial. Para que las autoridades seculares puedan proceder contra el Reformador y prohibir sus escritos, el emperador mismo tiene que declarar que éste se encuentra fuera de la protección de las leyes imperiales.
Si todo fuera según el deseo de los príncipes eclesiásticos, el emperador condenaría a Lutero en ausencia y por decreto. Ellos esperan que se haga el procedimiento usual: quema de los escritos, arresto del hereje y su deportación a Roma.
Pero una mayoría de los príncipes bajo el liderazgo del señor regional de Lutero, el Príncipe Elector de Sajonia, Federico el Sabio, se opone a este tratamiento. En lugar de esto prefieren que el monje tenga la oportunidad de ser escuchado. Por medio de negociaciones intransigentes, Federico finalmente logra que Lutero podrá explicar y defender sus Tesis delante de la Dieta Imperial. Una novedad.
El emperador, apegado a la fe católica, se ve, no obstante, obligado a acceder a este proceso tan inusual: no puede ignorar ni la clara toma de posición de los Estados Imperiales, ni la opinion pública. En marzo, Carlos cita Lutero a Worms – y le asegura salvoconducto.
A inicios de abril Lutero comienza el viaje de los casi 600 kilómetros de Wittenberg hasta el Rín. En el trayecto la gente lo recibe con entusiasmo. Cuando él y su comitiva llegan a Worms, más de 2000 personas los saludan con júbilo.
La discusión es indeseable
El primer encuentro entre el Emperador Carlos V. y el professor de teología Martín Lutero debe tener lugar el 17 de abril -no delante de la asamblea, sino en privado, en la sede obispal que es la residencia del emperador. Con este subterfugio protocolario, Carlos logra dejar sin definición al estatus legal de esta reunión y puede interrogar a Lutero al margen del escenario mayor. No desea tener una discusión. El acusado solo debe retirar sus Tesis. Lutero vacila y pide tiempo de deliberación: «Para que responda correctamente a la pregunta sin poner en peligro a mi salvación.» Carlos le concede el plazo.
Pero el día siguiente, Lutero habla palabras claras:
No puedo ni quiero retractarme ya que no es aconsejable actuar en contra de la conciencia. A menos que pueda ser refutado por el testimonio de las Sagradas Escrituras o con argumentos y razones públicas, claras y transparentes, porque no creo ni al Papa ni solo a los concilios, ya que es evidente que muchas veces erraron y se contradijeron a sí mismos. Dios me ayude. Amén.
El monumento a Lutero en Worms es el más grande del Reformador en todo el mundo. Muestra a Lutero rodeado por los precursores Hus, Wycliff, Savonarola y Valdo, los correformadores luteranos Melanchthon y Reuchlin, los patrocinadores políticos Federico de Sajonia y Felipe de Hessen, y las ciudades imperiales de Augsburgo (dos veces con alusión a la Confesión de Augsburgo en 1530 y la Paz de Augsburgo en 1555), Spira (donde en la Dieta de 1529 se acuño el término «protestante», y Magdeburgo (por su sufrimiento en la Guerra de los 30 Años).
El emperador, quien con ayuda de intérpretes sigue al interrogatorio, interrumpe el proceso. Con palabras drásticas le reprocha a Lutero su error: «Pues es seguro que un monje solitario está equivocado cuando opone su opinion a la de toda la cristiandad, como se enseña desde más de mil años. Por eso estoy firmemente decidido a poner a esta causa mis dominios y gobiernos, mi cuerpo, mi sangre y mi alma.» Acompañado por numerosos asistentes, en medio de una mezcla de júbilo y hostilidad, Lutero abandona la sala. En este momento, así lo comenta la leyenda, pronunciaba la frase: «Lo he pasado.»
Desde Worms a la Fortaleza Wartburg
Martín Lutero es despedido, pero no se le detiene ya que el salvoconducto le acobija por 21 días. Abandona a Worms el 26 de abril, a través del portón por el cual entró 10 días antes. No ha tenido éxito en ganar al emperador para su causa. Este, a dos días de su primer encuentro con Lutero, ya había declarado que iba a cumplir con su deber imperial, la protección de la iglesia romana. Luego de la partida del profesor de teología de Wittenberg, Carlos expide el Edicto de Worms que declara a Lutero fuera de la ley imperial.
Lutero no llega lejos en su viaje de regreso. En la noche del 5 de mayo es secuestrado por un grupo armado y llevado a la Fortaleza Wartburg cercana a Eisenach en Sajonia. El autor de la conspiración es el Príncipe Elector Federico; con esta acción extrae y protege a Lutero de las garras de sus adversaries. Allá, en la soledad de la fortaleza, Martín Lutero comienza a traducir el Nuevo Testamento al idioma alemán. Será su éxito literario mayor.
Lutero en Worms: su significado
El lugar donde Lutero hizo su confesión valiente está marcado con una placa en el piso. Las famosas palabras: «¡Aquí estoy, no tengo alternativa!», son probablemente un invento posterior, pero hasta hoy resumen muy bien el espíritu de su oratoria. Hasta hoy, las ciudades luteranas de Alemania otorgan anualmente el Premio «La Palabra No Intimidada» a aquellos hombres y mujeres que están dispuestos aceptar agravios por no haberse dejado callar ni intimidar en su posición.
Es tal vez el mayor legado de Lutero: que la autoridad de las dos instituciones más poderosas del mundo conocido -la Iglesia de Roma y el Sacro Imperio Romano de Nación Alemana- no era suficiente para intimidar y hacer callar a la conciencia del individuo que reclamaba el derecho de pensar por sí mismo.
A esto muchos lo aplaudimos cuando se trata de la Reforma de 1517; pero ¿estamos dispuestos a conceder este derecho también a los que quieren reformar hoy? Hay una conciencia plena en la declaración:
La Iglesia reformada siempre está en reforma