La Carta a los Romanos

La Carta a los Romanos

Esta epístola es la pieza principal del Nuevo Testamento y el Evangelio más puro. Está bien digna y merecedora de que un cristiano no sólo la conozca de memoria palabra por palabra, sino que también todos los días la trate como el pan diario del alma. Porque jamás puede leerse ni considerarse en exceso. Entre más uno trata con ella, más deliciosa se vuelve y más nos gusta. Por lo que también yo quisiera agregar mi servicio con este prefacio y, hasta donde Dios me lo concede, procurarle una introducción con el fin de que sea tanto mejor comprendida por cada uno. Ya que hasta ahora ha sido malignamente denigrada por interpretaciones y ciertos murmuraciones, cuando al contrario es luz brillante en sí y enteramente suficiente para aclarar a la Escritura entera. En primer lugar debemos comprender el lenguaje y saber lo que San Pablo quiso decir con las palabras: ley, pecado, gracia, fe, justicia, carne y otras similares. Sí no, la lectura no nos aprovecha.

Con esas palabras comienza Lutero la introducción a la Epístola a los Romanos de Pablo, el autor en la Biblia que como ningún otro iría a explicar a los discípulos cuáles eran los fundamentos y principios de su fe.

Los escritos de Pablo tenían reputación de difícil comprensión, y desde Orígenes (185-254) existían interpretaciones diferentes. Desde el siglo II hasta el XV se redactaron por lo menos 32 comentarios importantes. No obstante, sea desde la perspectiva intelectual o teológica, la Carta a los Romanos siempre se consideraba la obra maestra de Pablo. En el siglo XX, el eminente teólogo neo-ortodoxo Emil Brunner dice: «¡Qué poder espiritual debe haber estado vivo en este Pablo que fue capaz de dictar tal obra en unas cuantas noches.» Según fuentes antiguas, el padre de la Iglesia Crisóstomo mandó que se le leyera la carta una vez semanal; el reformador Calvino dijo de ella que abre la puerta a todos los tesoros de las Santas Escrituras.

Según la convicción de Lutero, el que entiende la Carta a los Romanos tiene acceso a casi toda la Biblia. En ella, Pablo no sólo resumía a la doctrina neotestamentaria: también abría el acceso al Antiguo Testamento. La comprensión de la revelación progresiva y el cristocentrismo sostenido por Lutero parten de Romanos, más que de ningún otro texto.

El descubrimiento

Antes de estudiar a Pablo, Lutero temía a Dios y a Cristo como jueces implacables del mundo y de la humanidad. Este terror le quitó la tranquilidad. Su superior en el monasterio y consejero espiritual, Johannes von Staupitz, le aconsejó: «Tenéis que haceros Doctor o predicador, para que tengáis algo que hacer.»

A partir de otoño 1512 Lutero lee cátedra en Wittenberg. Pero el trabajo duro no lo libera del miedo.  En el semestre 1515/16 establece la asignatura de la Carta a los Romanos. Cuando llega a 1:17 se detiene. Comienza a odiar la expresión «justicia de Dios» ya que la entiende como la cualidad de Dios por medio de la cual castiga a los injustos. En la búsqueda todavía inconsciente por el Dios de gracia, el profesor de teología lucha contra Dios y se rebela contra Él: «Como si no fuera suficiente que el pecador sea perseguido por la ley, ¿Dios también tiene que amenazarlo con su ira por medio del Evangelio?»

Aun cuando Lutero casi se destruye en su interior, el texto ya no lo suelta. De repente se le ilumina la mente. Su mirada se dirige a la continuación del verso: «El justo por fe vivirá.»  Comprende que la «justicia de Dios» no se define como su intención de condenar al pecador, sino que describe a la dádiva divina que restablece al pecador. Dios viste al que cree von la justicia de Cristo para salvarlo. Para Lutero, el pasaje de Romanos se convierte en «el portón del paraíso».  Ahora lo tiene claro:

«El justificado por fe, vivirá.»

La influencia

El preámbulo de Lutero repercutió fuertemente en diferentes movimientos posteriores. Para Juan Wesley era el impulso definitivo. En la noche del 24 de mayo de 1783, durante una reunión de creyentes en Londres, se hizo lectura de este escrito:

«La fe es la obra divina en nosotros, lo que nos transforma y nos hace nacer de nuevo desde Dios y da muerte al viejo Adán; hace de nosotros a hombres diferentes en corazón, ánimo y mente y en todas las fuerzas y trae consigo al Espíritu Santo… Ella (la fe) no pregunta si hay buenas obras por hacer, más bien, antes de que uno pregunte, ya las ha hecho y permanece para siempre haciéndolas.»

La Carta a los Romanos habló a Agustín en su búsqueda de Dios, respondió a Lutero cuando deseaba al Dios de la gracia y ayudó a Wesley en su lucha por la fe que salva. El teólogo de mayor influencia del siglo XX, Karl Barth recibió respuesta desde Romanos a la pregunta central: «¿Cómo puedo yo, precisamente yo el hombre, propagar la Palabra viva de Dios, precisamente la palabra de Dios?» En medio de la Primera Guerra Mundial empezó con la interpretación de la Carta a los Romanos y la terminó en 1918, abogando por un entendimiento de la revelación según Romanos:

«Dios es Dios, pero es Dios para el mundo. El mundo es el mundo, pero es amado por Dios. Dios se encuentra con el mundo en Jesucristo.»

Una tras otra vez, la Carta a los Romanos ejerce profunda apelación a los hombres. Coleridge la describe como «la obra más profunda escrita jamás». Melanchthon, compañero y sucesor de Lutero acostumbraba copiarla diariamente dos veces para no olvidar nada de ella. Y no pocos modernos aprecian al Apóstol Pablo como «el intelectual más grande de la Antigüedad» a causa de lo que alguna vez escribió a la comunidad cristiana en Roma.

Todos lo deben saber

Lutero termina su preámbulo diciendo:

«Así que encontramos en esta epístola de la forma más rica lo que un cristiano debe saber, es decir, lo que es ley, evangelio, pecado, castigo, gracia, justicia, Cristo, Dios, buenas obras, amor, esperanza, cruz, y cómo debemos comportarnos para con cada uno, sea piadoso o un pecador, fuerte o débil, amigo o enemigo, y frente a nosotros mismos.  Además, todo esto se razona de manera contundente con citas de la Escritura, se comprueba con el ejemplo de sí y de los profetas, así que en este respecto no deja nada que desear. Por eso también parece como si San Pablo hubiera pretendido resumir en breve a toda la enseñanza cristiana y evangélica en esta epístola y con ella abrir el acceso a todo el Nuevo Testamento. Porque, sin duda: el que lleva a esta epístola en el corazón, lleva consiga a toda la luz y fuerza del Nuevo Testamento. Por ende, que todo cristiano la use para todo y permanentemente. ¡Qué Dios de su gracia a esto! Amén.»

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