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La Iglesia enviada por Dios

La Iglesia enviada por Dios

Missio Dei

Se trata de un término en latín usado en la teología cristiana, especialmente en la Teología Propia y la Misiología, que se puede traducir como la misión de Dios o el envío de Dios. Abarca toda la acción evangelizadora de la Iglesia, dirigida a la sociedad y cultura local como también en el ámbito intercultural global, pero desde el punto de vista de la teología propia trinitaria.

El impacto directo de Missio Dei

Lejos de permanecer una mera expresión teológica, recluida en la torre de marfil de los eruditos, se debe ante todo a la interpretación propagada por el ministro y teólogo inglés John Stott, anglicano. Como Padre intelectual de Lausana 1974 (vea también en Billy Graham), su visión de la Iglesia como agente de cambio llamado y enviado por Dios, y su concepto de la Biblia donde la misión de Dios recorre el texto desde Génesis hasta Apocalipsis como eje central, raras veces usó el término en sí, pero fundamentó su teología sobre él. Los capítulos sobre el Dios misionero y la Misión holística de la Iglesia en su obra El cristiano contemporáneo, no serían posibles sino sobre la base de una bien entendida Missio Dei, en la cual la glorificación del Señor es Alfa y O mega del discurso.

Posteriormente, otro nombre conocido y autor prolífico, el pastor bautista y predicador reformado John Piper, también usó un lenguaje similar en sus conferencias, exhortando a la misión mundial con la Iglesia como herramienta en mano de Dios para obtener la adoración global, y, por ende, la restauración del gobierno de facto sobre la creación. El libro ¡Alégrense las naciones! sobre la supremacía de Dios en las misiones, deja esto bien claro.

Missio Dei, un resultado de la era poscolonial, en las últimas décadas se ha convertido en un concepto clave de la misiología contemporánea y es universalmente usado por los teólogos como David Bosch, Lesslie Newbigin, Darrell Guder, Alan Roxburgh,  Alan Hirsch, Tim Keller,  Ed Stetzer, y otros más, así como por las redes misionales como Gospel and Culture Network (Guder), Forge Mission Training Network Australia (Hirsch), Together in Mission UK, and the Allelon Foundation (Roxburgh).

El desarrollo de un concepto

La historia transmitida relata que, en 1934, Karl Hartenstein, un misiólogo alemán, acuñó la frase en respuesta a Karl Barth[1]. Este lenguaje, se argumenta, fue recogido en la conferencia de Willingen en 1952, por  el Concilio Misionero  Internacional (IMC) y desarrollado teológicamente por el teólogo luterano Georg Vicedom[2]. En un relato más reciente de John Flett[3] se sostiene que, mientras Hartenstein  efectivamente introdujo el término actual missio Dei,[4]  no ubicó esa misión en la doctrina de la Trinidad. Esta referencia a la Trinidad apareció el “American Report”, un documento de estudio preparado para la conferencia de Willingen en 1952, bajo la dirección de Paul Lehmann y H. Richard Niebuhr [5] Este documento sugirió un vínculo entre los movimientos revolucionarios en la historia y la “Misión de Dios”.  Muchos de los problemas posteriores que encontró missio Dei se derivan de estos orígenes, y en especial en la falla de fundamentar el concepto en un contexto robusto con la Trinidad.

Esas preocupaciones conocidas con missio Dei también significaron que el concepto pasó por un hiato hasta que le fue dado una descripción concisa por David Bosch. Según David J. Bosch, “misión no es en primer lugar una actividad de la Iglesia, sino un atributo de Dios. Dios es un dios misionero”.[6] Jürgen Moltmann dice, “no es la Iglesia la que tiene una misión de salvación a cumplir en el mundo, es la misión del Hijo y del Espíritu a través del Padre que incluye a la Iglesia”. [7] Conforme a una opinión:

Durante cerca la última mitad del siglo hubo un traslado sutil, pero sin embargo decisivo, hacia la comprensión de la misión como la misión de Dios. Durante los siglos anteriores, misión se entendió en una variedad de maneras. A veces fue interpretado primariamente en términos soteriológicos: como salvando a individuos de la condenación eterna. O fue entendido en términos culturales: como introducción de pueblos del Oriente y Sur en las bendiciones y privilegios del Occidente cristiano. Frecuentemente se percibió en categorías eclesiales: como la expansión de la Iglesia (o de una denominación específica). A veces se definió como salvación históricamente: como el proceso por el cual el mundo -de forma evolucionaria o por medio de un evento cataclísmico- sería transformado en el Reino de Dios. En todas esas instancias, y por diferentes caminos, frecuentemente contradictorios entre sí, la interrelación intrínseca entre cristología, soteriología, y la doctrina de la Trinidad, tan importante para la iglesia primitiva, fue gradualmente desplazado por una o varias versiones de la doctrina de la gracia… Misión, se entendía, se derivaba de la mismísima naturaleza de Dios. Fue así que fue puesto en el contexto de la doctrina de la Trinidad, no de eclesiología o soteriología. La doctrina clásica de la missio Dei como Dios Padre enviando al Hijo, y Dios Padre e Hijo enviando al Espíritu, se expandió para incluir todavía un ‘movimiento’ más: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo enviando a la Iglesia al mundo. En cuanto a lo que concierne el pensamiento misionero, este vinculación con la doctrina de la Trinidad constituía una innovación importante…

Nuestra misión no tiene vida en sí misma; sólo en manos del Dios que envía puede llamarse verdaderamente misión. No, a menos que la iniciativa misionera venga de Dios solo…

Misión se ve, por ende, como un movimiento de Dios hacia el mundo; la Iglesia es visto como un instrumento para esa misión. Hay Iglesia porque hay una misión, no al revés. Participar en la misión es participar en el movimiento del amor de Dios hacia la gente, ya que Dios es una fuente de enviar amor.[8]

Hablando en nombre de The Gospel and Our Culture Network [Red El Evangelio y Nuestra Cultura], Darrell Guder escribe,

“hemos llegado a ver que la misión no es meramente una actividad de la Iglesia. Más bien, misión es el resultado de la iniciativa de Dios, arraigada en los propósitos de Dios de restaurar y sanar la creación. ‘Misión’ significa ‘envío’, y es el tema bíblico central que describe el propósito de la acción de Dios en la historia humana… Hemos comenzado a aprender que el mensaje bíblico es más radical, más inclusivo, más transformador que le permitimos ser; en particular, hemos comenzado a ver que la Iglesia de Jesucristo no es la razón de ser o la meta final del Evangelio, sino más bien su instrumento y testigo… La misión de Dios está llamándonos y enviándonos al mundo, nosotros, la Iglesia de Jesucristo, para ser una iglesia misionera en nuestras propias sociedades, en las culturas en las que nos encontramos.[9]

Alan Hirsch cree que la palabra misional “va al corazón de la naturaleza misma y del propósito de la Iglesia en sí”. Continúa:

Así que una efectiva definición de la iglesia misional es la comunidad del pueblo de Dios que se define a sí mismo, y organiza su vida alrededor su propósito real de ser un agente de la misión de Dios al mundo. En otras palabras, el principio organizador verdadero y auténtico de la Iglesia es la misión. Cuando la Iglesia está en su misión, entonces es la Iglesia verdadera. La Iglesia misma no es solo un producto de esa misión, sino es obligada y destinada a extenderla por todos los medios posibles. La misión de Dios fluye directamente a través de cada creyente y cada comunidad de fe que sigue a Jesús. Obstruir esto, es igual a bloquear a los propósitos de Dios en y a través del pueblo de Dios.”[i10]

Peters declara que la Biblia reclama que “el resultado final de tal missio Dei es la glorificación del Padre, Hijo y Espíritu Santo”. [11]

 

Fuente bibliográfica:

https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Missio_Dei&oldid=821460016

[1] Engelsviken, Tormod. “Missio Dei: The Understanding and Misunderstanding of a Thlogical Concept in European Churches and Missiology”, International Review of Mission 92, no. 4 (2003): 481-97.
[2] Vicedom, Georg F. Missio Dei: Einführung in eine Theologie der Mission. München: Chr. Kaiser Verlag, 1958;
[3] Flett, John G. The Witness of God: the Trinity, Missio Dei, Karl Barth and the Nature of Christian Communit.y Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2010.
[4] Hartenstein, Karl. “Wozu nötigt die Finanzlage der Mission.” Evangelisches Missions-Magazin 79 (1934): 217-29.
[5] Para una versión anterior, vea Niebuhr, H. Richard. “The Doctrine of the Trinity and the Unity of the Church.” Theology Today 3, no. 3 (1946): 371-84. Para el texto que informó al American report, vea Niebuhr, H. Richard. “An Attempt at a Theological Analysis of Missionary Motivation.” Occasional Bulletin of Missionary Research 14, no. 1 (1963): 1-6.
[6] Bosch, David J., Transforming Mission, Maryknoll: Orbis Books, 1991, 389–390.
[7] Moltmann, Jürgen. The Church in the Power of the Spirit: A Contribution to Messianic Ecclesiology, London: SCM Press, 1977, 64
[8] Bosch, David J. Transforming Mission, Maryknoll: Orbis Books, 1991, 389–390.
[9] Guder, Darrell L. (editor), Missional Church: A Vision for the Sending of the Church in North America, Grand Rapids, MI: Eerdmans Publishing, 1998, 4-5.
[10] Alan Hirsch, The Forgotten Ways, Grand Rapids, MI: Brazos Press, 2006, 82
[11] George W. Peters, A Biblical Theology of Missions, Chicago: Moody Press, 1972, 9.
Raíces de la división

Raíces de la división

La Caja de Pandora

En la mitología griega los dioses temen que los humanos se pudieran tornar demasiado poderosos. Así que creen la figura de una bella mujer con nombre Pandora -‘la que regala todo’- que se acerca a los hombres, aparentemente para traerles un regalo, encerrado en una caja. Al abrirla, una serie de males escapa de la caja, afectando y casi destruyendo a la humanidad. La única dádiva buena, la esperanza, se encuentra en el fondo, pero antes de que pudiera salir, Pandora cierra la caja y desvanece.

Cerca de 40,000 denominaciones cristianas existen en el mundo actual

Algo muy parecido se puede observar analizando a la Reforma. El empaque era maravillosa y prometedor: SOLA SCRIPTURA, pero al abrir la caja, es decir, al predicar el acceso universal a la Biblia, inmediatamente comenzaron a salir los males, casi de forma inevitable.

Sería un trabajo hercúleo enumerar a todas las variantes o «corrientes» del cristianismo que brotaron de la Reforma, incluso antes de que esta fuera siquiera identificada como tal. Pero se puede intentar a clasificar las causas que condujeron a esta división sin límites que hoy en día ha creado denominaciones no-católicas que se distancian entre sí tanto como de la Iglesia de Roma.

Raíces de la división

¿Por cuáles causas se forman divisiones? Los 500 años transcurridos desde la Reforma proveen amplio espacio de observación para detectar que son tres los motivos dominantes que causan el éxodo de grupos, inicialmente sectarios, pero que puedan terminar como «iglesia», separada de la «Iglesia».

La corrección doctrinal

Es un motivo honorable. Podemos aplicar lo que se dice de Lutero: no apuntaba a dividir la Iglesia; sólo la quiso volver a conducir a la enseñanza y práctica de sus raíces neotestamentarias. El dilema entre santidad y unión es supremamente difícil de resolver y el precio que exige es enorme. El que no esté de acuerdo con «su» iglesia, debería primeramente buscar agotar todos los caminos internos, antes de pensar siquiera en causar divisiones. Pero ante todo es deber y responsabilidad de la Iglesia de Cristo tener el oído abierto ante los reclamos sustentados de los que actúan con buena voluntad de presentarla a Cristo como esposa radiante. Una jerarquía eclesiástica que se reserva el derecho de determinar la sana doctrina y se considera dueño de la iglesia, sin disposición de revisar periódicamente si todavía se encuentra en el sendero del Espíritu, y que, por lo tanto, manda callar o amenaza con expulsión a toda divergencia sin estudiar atentamente sus argumentos… una clase jerárquica tal no actúa diferente a un León X. Son ellos, los que causan la división, no aquellos que se adhieran a los Cinco Solas.

La arrogancia intelectual

El motivo anterior no ha sido muy frecuente, ya que necesita más que la convicción de que algo anda mal. Es precis0 la erudición teológica para definir y formular la nueva doctrina, una erudición que distinguía en su tiempo a Lutero, Melanchthon y Calvino, como posterior a Barth y Bonhoeffer. Un número considerable de divisiones más bien nace de quienes se sientan con derecho de desechar el estudio y el duro trabajo de la metodología teológica que pueda ser revisada y replicada por sus pares, arrogantemente insistiendo en una «revelación personal» recibida directamente del cielo, o por un ángel, o de alguna otra manera, pero en esencia reservada a su persona y, por lo tanto, subjetiva e irrepetible. Lo trágico es que a los ojos de un público no instruido en los fundamentos de su propia fe, esas enseñanzas resultan frecuentemente muy atractivas y se difunden con rapidez. En el tiempo presente el problema se ha agravado por la proliferación de los llamados redes sociales virtuales que propagan contenidos y tendencias de forma indiscriminada.

La ambición personal

Se dice que Julio César, al verse exiliado a una aldea diminuta de la meseta aislada en el centro de Iberia, como castigo a su subordinación y rebelión, se pronunció de la siguiente manera: «Mejor ser el primero aquí, que el segundo en Roma.» Desde el Gran Cisma de 1054 entre las iglesias de Roma y de Constantinopla, hasta el líder de segundo nivel que abandona la comunidad cristiana donde creció para «abrir su propia iglesia», más divisiones han tenido lugar para satisfacer la ambición personal o justificar la incapacidad de subordinarse, que por cualquier otro motivo. De las tres grandes puertas del Hades que se abren delante de la Iglesia -dinero, sexo y poder-, el poder ha resultado ser el más tentador, para la Iglesia como conjunto, pero también para el creyente individual.

Las consecuencias de la división

Antes de Lutero, ser exomunicado era el arma más efectiva en toda la cristiandad. Ejércitos imperiales eran impotentes frente a ella y los gobernantes más poderosos de su tiempo se vieron obligados a doblar rodillas ante la facultad que el Señor ha entregado a Su Iglesia: usar las llaves del Reino para atar y desatar a las conciencas humanas.

Aquí en nada tiene que ver el abuso que rápidamente se institucionalizó para permitir que una iglesia interesada en el gobierno terrenal ejerciera dominio. El hecho es que la excomunión que hizo temblar a emperadores por razones políticos, al creyente común que en su ignorancia aplaudía a las enseñanzas de un predicador ambulante declarado hereje, se le presentaba como condenación al fuego eterno.

Dentro el ambiente evangélico actual, ser expulsado de la comunidad de los santos, no provoca ni un encoger de hombros a la persona que -por motive honorable o no- pierde la membresía. En primera instancia, porque se siente bien conectada con Dios y no tiene necesidad de la iglesia; en segundo lugar, porque saliendo por una puerta entra por otra enfrente, donde es recibida con júbilo como nuevo miembro o hasta se aventura a «abrir su propia iglesia».

Las consecuencias de la división son más que serias:

  • Pérdida de la identidad común
    • Rivalidades y conflictos que son un espectáculo para los observadores seculares y dejan a descubierto la ausencia de Cristo en los que asumen ser sus seguidores
  • Pérdida de la visión común
    • Enseñanzas divergentes que confunden y desaniman a los que buscan acercarse al Señor, mientras dan evidencia de la poca seridad con la que en muchos sectores cristianos se trata al mensaje evangélico.
  • Pérdida de la voz común
    • La ausencia de una representación autorizada se convierte en una debilidad a la hora de obtener voz y voto en asuntos de la sociedad secular.
  • Pérdida de la misión común
    • La tarea inconclusa de la Gran Comisión exige un esfuerzo y recursos que solo pueden armarse en una cooperación transversal entre todos los sectores de la Iglesia. La division reduce el potencial misionero y alarga el tiempo de espera del regreso de Cristo.

La existencia actual de unos 45,000 diferentes denominaciones -cada una con sus respectivas iglesias que muchas veces representan disunion y rivalidades entre sí, nos muestra una Iglesia tan arrugada que el Señor difícilmente podría reconocerla.

La unidad evangélica: poca esperanza

Actualmente, una solución al problema de la unidad destruida no está a la vista. Iglesia Católico-Romana y Iglesia Luterana han logrado mantener un marco intacto, dentro del cual, sin embargo, se entablan fuertes divergencias en cuanto a la interpretación de asuntos del mundo moderno. Mientras es posible que antes de 2050 Roma llegue a la abolición del celibato, hay muy poca probabilidad que se abren las puertas al ministerio ordenado de mujeres. En todo caso, la iglesia católica perderá uno u otro sector marginal, o porque progresa, o porque no lo hace.

¿Y los evangélicos? Mientras parece que para algunos el término ‘ecumenismo’ ya no causa el mismo pavor y rechazo que antes, los asuntos de moral social dividen al pueblo en forma progresiva.

En realidad, lo que cree y profesa el creyente individual, continua  dependiendo ante todo de la circunstancia casual en qué lugar y por quiénes ha sido evangelizado. ¿Hasta cuándo, Señor?

 

Un dilema permanente

Un dilema permanente

Una decision con consecuencias

Existe acuerdo entre los historiadores que la intención de Lutero no era un cisma de la Iglesia. Con toda fuerza apuntaba a una reforma intra eclesial, una reforma que de nuevo colocara la Confessio Christi, la confesión sincera de Cristo, en el centro de la cristiandad. Su crítica fundamental encontró oídos abiertos entre diversos príncipes territoriales y teólogos, lo que condujo a su pronta aceptación en un número grande de los países y regiones de alemana – y con ello, a la disolución de la unidad confesional cristiana.

Entre la santidad y la unidad

¿Qué es preferible? Tolerar los errores doctrinales y éticos, esforzándose a corregirlos desde adentro? Este es el camino propuesto por Erasmo de Rotterdam. Su plan reformatorio conducirá a la transformación paulatina de amplios círculos en la Iglesia. Un ejemplo actual es el Aggiornamento (puesta al día, actualización) encaminado por el Papa Juan XXIII. del cual lleva una línea directa al Papa Francisco.

¿O es preferible insistir en cambios instantaneos, por naturaleza revolucionarios, arriesgando la division? Esto es lo que hace la Reforma protestante.

Lo que  cuesta dividir la Iglesia

Es el comienzo de un siglo de guerras confesionales en las cuales los territorios católicos luchan contra los países protestantes, reformados. Millones de seres humanos pierden la vida y vastas zonas de Europa son asoladas. Sólo la Paz de Westfalia de 1648 pone fin a la expresión bélica del conflicto entre los cristianos y, al mismo tiempo, perpetúa el cisma a lo largo de las líneas confesionales.

Tardará muchos siglos, de hecho, hasta hoy en día, que protestantes y católicos aprenden llevar una discusión sobre el camino correcto que sea abierta, pera pacífica. «Unidad en la diversidad» es la divisa de hoy: se acepta que existan diferencias doctrinales, litúrgicas y organisatorias. Pero, por lo menos en Alemania, donde el conflicto interconfesional ha cobrado tantas vidas y les ha cobrado a ambos lados un alto precio en forma de personas que ya no querían saber ni de los unos ni de los otros, donde aun en siglos posteriores a la guerra odio y discriminación fueron sembrados, se aprecia el clima de respeto mutuo y cooperación tanto por protestantes como por católicos.

Claro está: son muchos, y a veces los mejores, que en este conflicto han dado la espalda a ambas versiones, habiendo perdido la confianza en una iglesia que da el otro golpe antes que la otra mejilla. Católica o protestante, Wittenberg y Ginebra o Roma, al perder la unidad también se mancharon de sangre.

La division confesional: su significado

Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella para hacerla santa. Él la purificó, lavándola con agua mediante la palabra, para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable.

En su magnífica epístola dirigida a la comunidad de creyentes en Éfeso, Pablo, su fundador, nos presenta con una gran verdad: la Iglesia de Cristo es más que solo un marco dentro del cual se encuentran acobijados los seguidores del Señor: es una persona por sí misma. Como individuos  podemos alegar nuestra inmadurez, nuestra imperfeccicón, con la esperanza que Jesucristo cubrirá lo que nos falta.

Como personas tenemos licencia de equivocarnos; como Iglesia, sin embargo, no.

Ni mancha ni arruga

La metáfora de la Iglesia como esposa radiante de Jesucristo abre la pregunta por la clase de manchas y arrugas que la harían inaceptable delante de Él.  El vocabulario usado señala hacia defectos faciales cuya presencia daña a la belleza perfecta.

La interpretación de estos dos defectos está, por supuesto, abierta. Pero en vista de las declaraciones de Jesús mismo sobre la vida de la comunidad cristiana en su conjunto, tiene alta probabilidad aplicarlos a las dos pecados presentes en la Iglesia desde tiempos bíblicos y a lo largo de la historia cristiana hasta el día presente:

La falta de santidad y la falta de unidad.

Mientras el primer defecto recibe atención periódica y una tras otra vez surgen los movimientos de santidad (a veces una santidad rudimentaria, enfocada en forma unilateral hacia el «No harás»), es obvio que al segundo defecto no se dedica pensamiento alguno de parte de una iglesia de afiliaciones denominacionales con poca disposición de llegar a un estado de cooperación en la tarea inclonclusa.

«Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí.»

La convivencia pacífica y cosntructiva entre las confesiones que se aprendió en Europa, exigió un precio excesivo en vidas y felicidad humanas. La separación entre Iglesia y Estado evitó que America del Norte corriera el mismo destino. A América Latina, ignorante y negligente frente a las lecciones de la historia, la apariencia de corrientes no católicos llegó tan tarde, que la modernización de la sociedad impidió la escalación sangrienta del conflicto. Quedaron, no obstante, suficientes resentimientos en el lado evangélico que para muchos creyentes la palabra «ecumenismo» suena a herejía y subyugación.

La multiplicación denominacional que arrasa a la iglesia evangélica en América, África y Asia, el enfrentamiento entre fundamentalistas y liberalistas, y el individualismo intrínseco de la doctrina protestante, han hecho olvidar la verdadera identidad de la Iglesia, cimentada en sus primeras declaraciones confesionales. Para muchos oídos sonará ofensivo lo que en el Nuevo Testamento quedó documentado:

La Iglesia de Cristo es Una, Santa, Apostólica, Católica y Ecuménica.

Ante la tendencia recesiva del cristianismo dentro de la población global, es urgente, muy urgente, recuperar el sentido bíblico auténtico de esta declaración. ¿O de verdad alguien pueda asumir que la Iglesia de Cristo no sea una iglesia universal (católica) que debe componerse de los creyentes de toda la tierra (ecuménica)?

 

Lectura recomendada: Watchman Nee, Pláticas adicionales sobre la vida de la Iglesia, Living Stream Ministry, Anaheim CA. 2da Ed. 2012.

La libertad cristiana según Bonhoeffer

La libertad cristiana según Bonhoeffer

Estaciones en el camino a la libertad

Dietrich Bonhoeffer (1906-45),
teólogo y pastor luterano


La traducción del poema Estaciones en el camino a la libertad comparte las deficiencias de todas las traducciones poéticas: se parece al lado reverso de un tapiz. Todavía se puede reconocer el patrón de dibujo, pero los colores son pálidos. Aun así, lo que Dietrich Bonhoeffer escribió prisionero en su última estación antes de la muerte, conmueve y transmite su seriedad espiritual; una seriedad típicamente protestante, muy alemana, muy de su clase social -la burguesía intelectual-. Pero la presencia de estas características no lo encierra, Bonhoeffer las transciende y en esto, se nos hace comprensible, como ser humano cristiano global.

Control

Cuando salgas en búsqueda de la libertad, aprenda ante todo ejercer control sobre los sentidos y sobre tu alma, que los deseos y tus miembros no te lleven a veces por allí, a veces por allá. Castizos sean tu espíritu y tu cuerpo, enteramente bajo to propio gobierno y obedientes para alcanzar la meta que les fue dado. Nadie pueda descubrir el secreto de la libertad, a menos por el control.

Acción

No hacer alguna cosa, sino hacer y osar lo que es correcto; no flotar dentro de lo posible, sino agarrar a la realidad con valentía; no en la nube del pensamiento, sólo en la acción está la libertad. Sal del miedoso vacilar en medio del torbellino de los acontecimientos, sólo apoyado por el mandamiento de Dios y tu fe, y la libertad recibirá a tu espíritu con júbilo.

Sufrimiento

Maravillosa transformación. Las manos fuertes y activas te las han amarrado. Inerme, a solas contemplas al fin de tu acción. No obstante, respiras y con ánimo tranquilo y consolado entregas tu justicia en manos más fuertes y te conformas. Sólo por un instante estás dichoso de tocar la libertad, luego la entregas a Dios para que la conduzca a su gloriosa terminación.

Muerte

Venga, ahora, celebración sublime en el camino hacia la libertad eterna, muerte. Depón las pesadas cadenas y muros de nuestra vida pasajera y nuestra alma cegada, para que finalmente tengamos en la mira lo que aquí no nos es concedido ver.  Libertad, te buscamos por mucho tiempo en el control, la acción y en el sufrimiento. Muriendo te reconocemos ahora en el rostro de Dios.

Una visión de la libertad cristiana desde la prisión

Desde meses Dietrich Bonhoeffer se encuentra en la cárcel de Berlin-Tegel. Ya no quiere hacer ninguna concesión al régimen de terror de los nacionalsocialistas. Su defensa de la libertad ahora le puede costar la vida. Eso lo tiene claro. La familia y los amigos en el mundo exterior están preocupados por su bienestar. En sus cartas compone su legado a ellos. Las Estaciones de la Libertad envía a su compañero de camino, Eberhard Bethge. No es un poema pulido, más bien un bosquejo que se propone a revisar en el futuro, si alguno le quedaría. «Es que no soy poeta» agrega de forma lacónica. Pero esas líneas se meten debajo de la piel del lector, aun así.

¿Cómo desarrolla uno que vive en prisión y tiene que contar con su pronta muerte, una visión de la libertad cristiana?

Primera estación: la libertad en ejercer la autodisciplina

Ya la primera palabra suena como una contradicción a la libertad: control. Pero visto más de cerca, Bonhoeffer describe una experiencia general, vigente no sólo en situaciones extremas como la suya. El que se deja arrollar por sus sentimientos, el que cede a cualquier ánimo y hace de sus genios diarios la norma de la vida, ciertamente está sin frenos, pero no está libre, no es «dueño de la casa». Eso no necesita mucho psicoanálisis. El que alguna vez se vio impactado por la fuerza de las propias emociones luego de un arrebato de ira, percibe algo de la subyugación a la que le somete la falta de disciplina. Saber controlarse, trabajar hacia metas a largo plazo, saber dominar a los genios, antipatías y emociones que surgen de forma espontánea, otorga libertad interior.

Segunda estación: la libertad en optar por la acción correcta

De esta libertad interior nace la capacidad de actuar: de elegir no cualquier camino de acción que promete resultados, sino el que tiene como final de hacer lo que es «correcto».  Y ¿qué es lo correcto? La libertad de acción para Bonhoeffer no la tiene quien tambalea de una opinión hacia la otra, no la tiene el que parlotea lo que otros dicen o quieren escuchar, no la tiene el que espera a lo que otros van a hacer. Refugiarse en sueños, divertirse y buscar ocupaciones no esenciales, es bueno sólo cuando no nos sirve para alejarnos de la dura realidad. Para Bonhoeffer, los hombres cristianos son gente que no tienen ilusiones en cuanto a la realidad, pero los que, a pesar de ello, no se encogen de hombros ni dirigen la mirada hacia el otro lado. Sólo aquel que reúne el coraje de intervenir puede tener la experiencia de dejarse sostener por la fe.

De todos modos, la libertad de la que habla Bonhoeffer no aparece desde un inicio. Más bien es el resultado de una actitud. La actitud que precisa de toda la valentía para lanzarse a la incertidumbre. Entonces, la fe le presta sus alas. Así ya describió el filósofo/teólogo protestante Søren Kierkegaard a la fe. El que queda como espectador sentado en primera fila, nunca dará el «salto de la fe», nunca se enterará como «la libertad recibirá a tu espíritu con júbilo».

Tercera estación; la libertad en aceptar la propia impotencia

En la tercera estación termina toda la arrogancia de la fe. Pero Bonhoeffer encuentra una fuente de libertad también en el sufrimiento. Aquí, en la experiencia existencial de impotencia y desmayo, donde hasta la última chispa de las ganas de vivir se apaga, él ve que hay lugar para la libertad, la libertad que se encuentra en refugiarse en Dios. El que pueda ser débil e incapaz es consolado, es liberado de la obligación de la acción y lo recibe como una caricia suave. La libertad de la etapa de la acción decidida parece deficiente comparada con la libertad que se encuentra en confiarse a alguien con persona entera, en carne y hueso, porque ahora la propia capacidad ya no importa.

Según esta perspectiva, la libertad verdadera es para los débiles, los que, luego de pasar por las etapas de tomar control y elegir la acción decidida, se ven obligados a ya no hacer nada. ¡Qué atropello para una sociedad orientada hacia la obtención de resultados! Bonhoeffer desenmascara a lo que nos parece dinámico, lleno de energía y productivo como activismo, necesario para ocultar el profundo vacío. Pero, ¡alto! Bonhoeffer no critica ni al control ni a la acción. Su sufrimiento se debe, precisamente, al rumbo que eligió y en el que se puso en marcha. Sólo habla del hombre que, por haber sido fiel y haberse lanzado, ahora ya no tiene ningún camino abierto. Habla como Pablo porque «cuando soy débil, soy fuerte». Habla del ser humano al que queda sólo la huida hacia adelante, hacia Dios. Habla de sí mismo.

Cuarta estación: la libertad en ver más allá del fin

Así se explica, pues, la etapa final. La libertad que llega junto con la muerte. Sacado desde el contexto, su posición podría leerse como obsesión con la muerte. El que coquetea con la muerte de esta forma ya renunció a la libertad cristiana. Pero, de hecho, la muerte ya se le presenta a Bonhoeffer, ya la enfrenta cara a cara. Los que le amenazan quieren primero verlo aterrorizado para gozar su victoria sobre el que por fe se resiste a su poder. Los nazis se comportan como los dueños sobre vida y muerte. Al cantarle a la muerte como a amante deseada, Dietrich Bonhoeffer les quita esta victoria. Su fe triunfa sobre la humillación a la que los tiranos le quieren someter. Es su último acto de rebelión en contra del mal: «Muerte, ¿dónde está tu aguijón? ¿Sepulcro, dónde está tu victoria?»

Puede ser que la pluma tiembla en manos de Bonhoeffer cuando coloca su bosquejo sobre papel. Tal vez lee en voz alta aquellas líneas a la libertad, en la penumbre de su celda, dándose valor a sí mismo cuando el miedo le persigue. La libertad a la que se acerca Bonhoeffer es la libertad que leerá en el rostro de Dios. Pocas veces durante los últimos siglos se ha hablado sobre la esperanza cristiana en la resurrección de forma tan inmediata, tangible y corporal.  Nada se deja a metáforas, nada se deja a interpretaciones. Bonhoeffer expresa en palabras claras y transparentes su confianza en la promesa de Dios: donde otros sólo ven al fin, el cristiano finalmente ha llegado a la libertad.

La libertad cristiana según Bonhoeffer: su significado

Hace poco más de 70 años que murió Dietrich Bonhoeffer. Pero no es su muerte, y la forma admirable con la que se enfrentó a sus verdugos, sin retractarse ni quebrantarse; es su vida y la de tantos otros -hayan terminado igual que él o hayan podido continuar su existencia-, lo que nos ilustra «ser protestante» en nuestros días.

Para muchos dogmáticos reformados, para fundamentalistas y literalistas bíblicos, ni Bonhoeffer ni Barth, su líder y maestro en el movimiento de la Iglesia confesante, cuentan entre los de doctrina ortodoxa. Puede ser. La pregunta que debemos plantearnos, la de la «vida real», es otra. La pregunta es si los que dicen o decimos tener la ortodoxia, pasaríamos el examen. No es un examen de las obras; es el examen de la fe.

  • Nuestra fe, ¿nos equipa con suficiente control? Leyendo algunos aportes y comentarios en redes sociales, el autodominio no alcanza para impedir la manipulación, la ofensa, la agresión.
  • Nuestra fe, ¿nos conduce a dar el «salto de la fe» en todo momento? Ser pragmático no está malo, pero es  necesario revisar si el pragmatismo acaso nos dirige más en atender al interés propia que a lo que es la acción «correcta».
  • Nuestra fe, ¿nos permite reconocer cuando es tiempo de sufrir? Mucho ha tomado la iglesia del continente del modelo social americano, donde el éxito es señal de tener razón y el insulto mayor consiste en llamar a alguien «perdedor». La oración de la iglesia se ha convertido en declaraciones dirigidas a evitar el sufrimiento a todo costo.
  • Nuestra fe, ¿nos hace aceptar la muerte como ganancia? Si no es así, es porque tal vez nuestra vida ya no es Cristo.

Bonhoeffer nos recuerda que, tarde o temprano, el cristiano tiene que decir sí a estas preguntas y, por ende, asumir la libertad plena.

 

SOLA SCRIPTURA

SOLA SCRIPTURA

 Solo por las Escrituras

¿Se imaginó alguna vez que todo lo que Dios quiso que nosotros supiéramos de Él lo iba a poner en palabras, usando el idioma y el lenguaje común a la época en la que se iba dando la revelación a los humanos?

Dios ha hablado y sigue hablando de muchas formas, los medios de comunicación que Dios usa para dar a conocer su propósito son frescos e innovadores; el Creador no se limita en la forma como se da a conocer a las personas que de una u otra manera necesitan saber sus planes. Cuando hablamos de revelación de Dios, tratamos de pensar en lo que Dios ha dado a conocer de Él mismo. Dios se revela: la manifestación de la divinidad en los cielos y en la tierra es una forma de revelación, pero no es fácil simplemente mirar y encontrar dónde está la divinidad. Hablamos de una revelación más específica, intima, personal y sobre todo entendible en los medios de conocimiento humano; y es en ese preciso instante que podemos ver que sí hay una forma de revelación que se ajusta a nuestra forma de aprender más de la divinidad: La Escritura.

No es fácil para el hombre moderno aceptar que un libro tan antiguo tiene esta categoría de revelación divina, pero no siempre fue así; existieron épocas en donde los documentos que eran reconocidos como mensajes divinos escritos por personajes especiales y con un halo de “unción de Dios” eran tratados con tanto cuidado y veneración que solo unos pocos con capacidades excepcionales tenían acceso a estas escrituras sagradas. Lo que hoy llamamos Biblia, Santas Escrituras o Sagradas Escrituras no siempre fue una biblioteca tan bien estructurada, tuvieron que pasar muchos siglos y muchas discusiones de eruditos para que lo que hoy conocemos como la Santa Biblia llegara a ser así.

Podemos entonces decir, que Dios se ha revelado en las Escrituras, y esta verdad tiene tanto poder para cambiar la forma de pensar sobre Dios, porque es allí, en la SOLA ESCRITURA donde podemos conocer El Plan Eterno del Dios Eterno, ya que progresivamente, a medida que el inclemente tiempo iba pasando, Dios iba mostrando el desenvolvimiento de Su propósito; es solo por medio de las Escrituras que los humanos podemos comprender que tan grande y poderoso es Dios para incrustar sus planes entre nosotros mismos. Dios nunca quiso, estoy seguro de ello, que las Escrituras quedaran vedadas solo para unos pocos, “expertos” en interpretarlas, y mucho menos que fueran puestas en grandes museos para solo ser admiradas por su forma, historia y construcción. No, Dios permitió que se pusieran por escrito todas sus maravillosas obras, para que todos y cada uno de los seres humanos que El creó, pudieran conocerle y relacionarse con Él.

Debido a la fuerza trasformadora que tiene la Palabra escrita de Dios en todos los momentos de la vida humana, la quisieron ocultar de la gente del común, entregando sus riquezas y tesoros inigualables a unos pocos que usando sus habilidades lingüísticas ocultaban las verdaderas intenciones de la siempre Viva Palabra de Dios, ya que por ser una Palabra Viva, es eficaz para iluminar los ojos del hombre perdido y sin destino, puede abrir los oídos del que no puede oír a Dios, limpia la mente y el corazón manchado por la suciedad del pecado humano. Solo la Escritura es suficiente para entender las dimensiones enormes del amor de Dios que excede a todo conocimiento meramente humano. Es gracias a la Escritura que podemos entender el plan eterno de Dios para redimir a toda la raza humana, haciéndose Dios mismo humano para mostrarnos el camino a “casa”. Solo la Escritura es capaz de revelar al hombre y la mujer que Dios siempre ha tenido una Buena Noticia que darnos, desde antes de la fundación del mundo, ya la Palabra hecha carne nos había reconciliado con el Creado. Solo la Escritura tiene el poder de mostrarnos el camino de la salvación y la eternidad que Dios ha puesto en nosotros para estar con Él.

El concepto de la Sola Scriptura es una dinámica libertadora para la interpretación de la revelación Divina. La Sola Scriptura sostiene que la Biblia es la autoridad máxima para la interpretación. La autoridad máxima no es la Iglesia, ni el estado y no depende de la interpretación individual, sino, la Biblia debe interpretar a la Biblia. La Palabra de Dios es su propio intérprete. Hay que interpretar la Palabra con la Palabra. La Biblia es la mejor y máxima intérprete de la Biblia.

Los reformadores estaban cansados con las manipulaciones de la interpretación bíblica por la iglesia tradicional y dijeron lo siguiente (Artículo 7 de la Confesión Belga ¨de 1561, escrito por el mártir Guido de Brés):

«Creemos que esta Santa Escritura contiene de un modo completo la voluntad de Dios, y que todo lo que el hombre está obligado a creer para ser salvo se enseña suficientemente en ella. Pues, ya que toda forma de culto que Dios exige de nosotros se halla allí extensamente descrita, así no les es permitido a los hombres, aunque incluso sean apóstoles, enseñar de otra manera que como ahora se nos enseña por la Sagrada Escritura; es más, ni, aunque fuera un ángel del cielo, como dice el apóstol Pablo (Gá 1:8). Porque, como está vedado añadir algo a la Palabra de Dios, o disminuir algo de ella (Dt 4:2; 12:32; 30:6; Ap 22:19), así de ahí se evidencia realmente, que su doctrina es perfectísima y completa en todas sus formas. Tampoco está permitido igualar los escritos de ningún hombre – a pesar de los santos que hayan sido – con las Divinas Escrituras, ni la costumbre con la verdad de Dios (pues la verdad está sobre todas las cosas), ni el gran número, antigüedad y sucesión de edades o de personas, ni los concilios, decretos o resoluciones; porque todos los hombres son de suyo mentirosos y más vanos que la misma vanidad. Por tanto, rechazamos de todo corazón todo lo que no concuerda con esta regla infalible, según nos enseñaron los apóstoles, diciendo: Probad los espíritus si son de Dios (1Jn 4:1). Asimismo: “Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa.”

Entonces podemos sentirnos confiados que Solo Por la Escritura tenemos un medio maravillosamente efectivo para conocer a Dios y comprender su propósito para con cada uno de nosotros.

La Libertad cristiana según Lutero

La Libertad cristiana según Lutero

La libertad de un hombre cristiano

Esta obra de Lutero hace parte de la lista de Escritos Principales de la Reforma. En ella, el autor  habla claro porque tiene una teología clara. Absolutamente todo lo sustenta bíblicamente, ante todo desde las epístolas paulinas, pero no solo de manera textual sino mayormente temático.

Liberados del fracaso de la obediencia

La libertad anunciada por Lutero partiendo de su examen del Nuevo Testamento es exclusiva para aquellos que creen que por medio de Cristo recibieron justificación delante de Dios sin que primeramente tuvieron labrarse un derecho a ella mediante «buenas obras».  Bajo «buenas obras», Lutero entiende obras religiosas: tanto ejercicios de la piedad como, también, la conducta frente a los demás. Lutero comprende la libertad cristiana en primer lugar como una liberación de parte de Dios de todas las exigencias y presiones religiosas. Tomar conciencia plena de esta libertad, así fue la más profunda convicción de Lutero, transforma la actitud del ser humano cristiano no solo para con Dios, al que ahora puede enfrentarse con amor en lugar de con miedo, sino también para consigo mismo y los demás.

Para consigo mismo porque con todos sus fracasos inevitables frente a las demandas de otros -de por sí también legitimizados por Dios- el cristiano ya no se verá ni juzgado ni detenido por su fracasos: en este sentido Lutero habla de  la fe como confianza. Y la actitud frente a los demás es cambiada en cuanto el cristiano ya no tiene que degradarlos como objetos sobre los cuales ejecutar su piedad, por ejemplo como receptores de limosnas que sirven para demostrar la misericordia de uno.

La fe transforma el querer y el hacer

Solo los creyentes se encuentran habilitados a dejar de instrumentalizar otros seres humanos para fines de su propia bienaventuranza eterna (o de la autoimagen positiva), sino tener un encuentro con ellos, de forma que lleguen a visualizarse como personas de derechos  e intereses propios, con necesidades legítimas.

Lutero incluso va un paso más allá. Los creyentes no solo pueden hacerlo, también lo quieren hacer y lo hacen con toda su fuerza. En caso contrario, deben cuestionarse si realmente tienen fe. Porque la conciencia de la libertad cristiana tiene que tener tal efecto en la actitud del hombre cristiano que este renuncia a poner su bienestar personal como meta de su actuación. Ya sabe que ahora, gracias a la acción de Dios, no hay necesidad de eso. El objetivo es más bien el bienestar de otros, incluyendo a los «enemigos». Así que para Lutero, el amor -entendido tanto como amor al próximo como amor al enemigo- es la consecuencia de la fe en la justificación recibida. La fe, sencillamente, nos hace buenos.

Es una característica decisiva de la libertad cristiana que el hombre cristiano no tiene que orientarse de acuerdo a un catálogo de logros morales, sino que en cualquier situación dada juzgará por sí mismo lo que es lo correcto -lo más amoroso. Por ende, la libertad cristiana apunta a la autonomía y se manifiesta en la libertad de conciencia. Quiere decir que en una y misma situación dada, dos personas cristianas pueden proceder de formas distintas sin que uno de los dos -o ambos-  podrá ser cuestionado en su autoidentificación del ser cristiano. A menos que se trata de una transgresión del mandamiento del amor. Si esto fuera el caso o no, casi siempre solo lo puede juzgar el individuo mismo, ya que, como Lutero lo dice «a nadie se le puede mirar dentro del corazón».

La libertad cristiana según Lutero: su significado

Lutero extrae del texto una perspectiva triple sobre la situación del hombre cristiano (siempre en el sentido alemán de hombre como ser humano, no como género).

  • Primero.- Es muy difícil juzgar desde fuera si una acción es un acto de amor cristiano o no. La autoridad de interpretación la tiene, en primer lugar, el creyente mismo.
  • Segundo.- Ningún ser humano puede vivir sin actuar; como consecuencia, no existe situación, aunque carezca de importancia, exento de significado ético. Levantar una paja del camino, así el ejemplo famoso de Lutero, puede ser una buena obra, en caso de que se haga por amor por otro, respectivamente desde la convicción que no es necesario para ser justificado.
  • Tercero.- El bien -en el sentido del amor cristiano- no se deja cuantificar; no está sujeto a una competencia de superación.

En un tiempo donde muchos creyentes perciben la libertad cristiana sólo en términos de libertad de culto -la que, por supuesto, también se debe reclamar  así como se debe conceder-,  es liberador volver a entender este concepto central de la fe bajo la luz de nuestra relación con Dios. Porque en este sentido la libertad cristiana es única, no la puede tener sino el que cree en Jesucristo y es privilegio del creyente el que se somete porque así lo quiere.

Dios, en su soberanía, tiene el poder de hacer todo lo que quiere. Pero sólo quiere hacer lo que está dentro de su perfección en amor y justicia de amor. En este último punto, la libertad en Cristo nos abre un vistazo a lo que significa ser como Dios.

La libertad cristiana y la Reforma

La libertad cristiana y la Reforma

El hombre cristiano es un señor libre sobre todas las cosas y no sujeto a nadie. El hombre cristiano es un siervo dispuesto a servir  en todas las cosas y sumiso a todos.

Así suena la frase más famosa del tratado De libertate christiana o Von der Freiheit eines Christenmenschen – «De la Libertad del Hombre Cristiano». Bajo este título resumió Marín Lutero su clamor por la libertad del ser humano en fe, acción y actitud.  Sus contemporáneos escucharon en este llamado cosas diversas, como por ejemplo, en cuanto a la posición del individuo frente a las autoridades eclesiásticas y seculares. De la libertad individual también se deduce la libertad de conciencia, la que hasta hoy -y hoy más que nunca- rige la convivencia entre  Iglesia y Estado en la sociedad.

La apelación a la conciencia moral en contra de las autoridades estatales y eclesiales es la escena nuclear de la Dieta de Worms en 1521 y de impacto de gran transcendencia: el despertar del pénsamiento autónomo. Los hombres comenzaron a descubrir en grado cada vez mayor su propia personalidad y capacidad frente al estado y la iglesia. Al colocar la responsabilidad personal y la decision de conciencia de cada uno en posición central, la Reforma anunció el fin del poder absoluto de las autoridades.

No obstante, hasta la realización plenaria de este concepto hay un camino largo con muchos desvíos y retrocesos, aun dentro del mundo cristiano y hasta el día de hoy. Más importante, entonces, preguntarnos por el significado de lo escrito por Lutero sobre este concepto central, en cuanto a nuestra propia relación con la libertad dentro de nuestro propio contexto.

El trasfondo

Desde el Imperio de la Iglesia, es decir, desde que se estableció como religion del Imperio Romano (380), y a lo largo de toda la Edad Media, el cristianismo se considera como orden sacro dentro del cual cada ser humana ocupa una posición fija, prescrita por Dios. La  Iglesia como un todo gozaba, por supuesto, de la libertad a fijar este orden según parámetros establecidos por ella (en contraste con el judaísmo que se regía según una ley divina muy detallada). Empero el creyente individual debía subordinarse para encajar en este orden. Sólo mediante esta subordinación y el cumplimiento de las múltiples obligaciones formales definídas la Iglesia, le fue posible al cristiano participar de la salvación por Cristo; así lo enseñaba hasta entonces la doctrina de la redención.

Para Lutero y los reformadores que le siguieron, esto era contrario al sentido de religion: «Aun cuando por tantas buenas obras estuvieras sobre pie todo el tiempo, todavía no serías justificado ni darías honor a Dios, así que no cumplieras el primer mandamiento». Por ende, la religion concebida bajo los parámetros anteriores actúa en contra de la libertad terrenal individual y solo le remite al creyente a una vida mejor y justa en al más allá. A esta perspectiva Lutero contrapone el concepto extraido de los escritos paulinos: que el hombre cristiano tiene que ser libre precisamente en el Aquí y Ahora. Lo sustenta con que no es por las obras sino únicamente por la fe que el hombre alcanza la justificación.

La libertad cristiana: su significado

Dentro de la historia humana, el tratado de Lutero traza la línea que separa el pensamiento medieval del pensamiento moderno. Al postular el sumario de las libertades cristianas las presenta no como independientes una de la otra, sino como una secuencia lógica de argumentación. Esto no solo según la comprensión de una lectura después del siglo XX; ya sus contemporaneos comprendieron la conexión entre libertad religiosa y las demás libertades culturales, intelectuales, sociales, económicas y políticas. El pensamiento central significa un revolcón total en la relación entre religion y libertad individual.

Una verdad teórica

Una mirada a la historia es suficiente para darnos cuenta que ni el reformador, ni la Reforma, ni los hijos de la Reforma entre cuyos bisnietos figuramos, lograron implantar este concepto grandioso del Evangelio. Una tras otra vez fracasa la Iglesia a vivir hasta la altura de su libertad y cada vez lo paga más caro con la pérdida de su influencia. Incluso donde los números parecen indicar lo contrario, está claro que las multitudes que se reúnen en los estadios y templos ni conocen ni se interesan por la libertad en Cristo que se les concede como privilegio y como responsabilidad.

Y sin embargo, es el ejercicio de esta libertad, tan caramente comprado por el Señor Jesucristo, lo que da validez a la decisión de obedecerle.

 

¿Tiene la Reforma un mensaje para hoy?

¿Tiene la Reforma un mensaje para hoy?

Martín Lutero no era ni el primero, ni el único, en la larga fila de creyentes preocupados por el camino que está tomando la Iglesia de Cristo en su tiempo, ni tampoco fue el último. Lo que distingue a este alemán, descendiente de una familia en ascenso a la burguesía, es la interpretación renovada del mensaje bíblico, producto de su trabajo como profesor de Teología. Soltarse de las ligaduras de la tradición y confrontar la doctrina y práctica eclesial que vivió con la terquedad de sus antepasados campesinos, es su mérito. El ingrediente básico de la Reforma protestante es, sin duda, su sustentación por la cátedra teológica.

Sin embargo, el movimiento puesto en marcha por Lutero hubiera podido terminar donde muchos otros terminaron: en las hogueras de la inquisición, si no hubiera sido gracias a un segundo factor: el momento histórico propicio, una época en la que las exploraciones y descubrimientos  científicos demostraron que lo que siempre se había creído sobre el mundo, era obsoleto y desaprobado. Las mentes quedaron preparadas para poner en duda incluso lo que hasta entonces figuraba como verdad espiritual.

La Reforma es, a pesar de que mucho de la cosmovisión de los reformadores tenía su ancla en una percepción medieval del mundo, un producto de la era moderna, un toque de trompeta que presagia y anuncia cambios vertiginosos. Al propagar la lectura de la Biblia, usando el instrumento de la imprenta, abrió las Escrituras al examen crítico, pero también dio a las masas acceso a la educación, la clave del progreso social. Cabe plantearnos la pregunta sobre el papel de la Iglesia en una época denominada pos-moderna

Una distancia de 500 años es una medida adecuada para evaluar si existe un mensaje que haya perdurado por el tiempo, por lo que nos parece bien hacer tres recomendaciones:

  1. NO espiritualizar la Reforma: su nacimiento está inseparablemente vinculado al desarrollo histórico del mundo y su éxito se debe en igual medida a las vicisitudes políticas y sociales de su época.
  2. NO idealizar la Reforma: sus actores tenían virtudes, deficiencias y fallas humanas; entre sus consecuencias también se encuentran algunas de impacto negativo y desastroso para el destino de la humanidad.
  3. NO limitar la Reforma: su repercusión excedió por lejos al ámbito religioso, cambiando la cosmovisión de un continente y su expansion; y también transcedió a su sociedad contemporánea hasta hoy.

¿Creemos que ya todo lo sabemos o seguimos buscando la verdad fundamentada por la interpretación teológica? ¿Preferimos aceptar conceptos que no desafíen nuestra cosmovisión o rechazamos los pretextos cómodos de no reformarnos? ¿Cuál es nuestra responsabilidad heredada como ministros competentes del Nuevo Pacto, administradores fieles de la Comisión de Cristo y de los reformadores que arriesgaron todo?

¡Qué los 500 años de la Reforma protestante sean ocasión de meditar sobre ello!