Mes: octubre 2017

La Libertad cristiana según Lutero

La Libertad cristiana según Lutero

La libertad de un hombre cristiano

Esta obra de Lutero hace parte de la lista de Escritos Principales de la Reforma. En ella, el autor  habla claro porque tiene una teología clara. Absolutamente todo lo sustenta bíblicamente, ante todo desde las epístolas paulinas, pero no solo de manera textual sino mayormente temático.

Liberados del fracaso de la obediencia

La libertad anunciada por Lutero partiendo de su examen del Nuevo Testamento es exclusiva para aquellos que creen que por medio de Cristo recibieron justificación delante de Dios sin que primeramente tuvieron labrarse un derecho a ella mediante «buenas obras».  Bajo «buenas obras», Lutero entiende obras religiosas: tanto ejercicios de la piedad como, también, la conducta frente a los demás. Lutero comprende la libertad cristiana en primer lugar como una liberación de parte de Dios de todas las exigencias y presiones religiosas. Tomar conciencia plena de esta libertad, así fue la más profunda convicción de Lutero, transforma la actitud del ser humano cristiano no solo para con Dios, al que ahora puede enfrentarse con amor en lugar de con miedo, sino también para consigo mismo y los demás.

Para consigo mismo porque con todos sus fracasos inevitables frente a las demandas de otros -de por sí también legitimizados por Dios- el cristiano ya no se verá ni juzgado ni detenido por su fracasos: en este sentido Lutero habla de  la fe como confianza. Y la actitud frente a los demás es cambiada en cuanto el cristiano ya no tiene que degradarlos como objetos sobre los cuales ejecutar su piedad, por ejemplo como receptores de limosnas que sirven para demostrar la misericordia de uno.

La fe transforma el querer y el hacer

Solo los creyentes se encuentran habilitados a dejar de instrumentalizar otros seres humanos para fines de su propia bienaventuranza eterna (o de la autoimagen positiva), sino tener un encuentro con ellos, de forma que lleguen a visualizarse como personas de derechos  e intereses propios, con necesidades legítimas.

Lutero incluso va un paso más allá. Los creyentes no solo pueden hacerlo, también lo quieren hacer y lo hacen con toda su fuerza. En caso contrario, deben cuestionarse si realmente tienen fe. Porque la conciencia de la libertad cristiana tiene que tener tal efecto en la actitud del hombre cristiano que este renuncia a poner su bienestar personal como meta de su actuación. Ya sabe que ahora, gracias a la acción de Dios, no hay necesidad de eso. El objetivo es más bien el bienestar de otros, incluyendo a los «enemigos». Así que para Lutero, el amor -entendido tanto como amor al próximo como amor al enemigo- es la consecuencia de la fe en la justificación recibida. La fe, sencillamente, nos hace buenos.

Es una característica decisiva de la libertad cristiana que el hombre cristiano no tiene que orientarse de acuerdo a un catálogo de logros morales, sino que en cualquier situación dada juzgará por sí mismo lo que es lo correcto -lo más amoroso. Por ende, la libertad cristiana apunta a la autonomía y se manifiesta en la libertad de conciencia. Quiere decir que en una y misma situación dada, dos personas cristianas pueden proceder de formas distintas sin que uno de los dos -o ambos-  podrá ser cuestionado en su autoidentificación del ser cristiano. A menos que se trata de una transgresión del mandamiento del amor. Si esto fuera el caso o no, casi siempre solo lo puede juzgar el individuo mismo, ya que, como Lutero lo dice «a nadie se le puede mirar dentro del corazón».

La libertad cristiana según Lutero: su significado

Lutero extrae del texto una perspectiva triple sobre la situación del hombre cristiano (siempre en el sentido alemán de hombre como ser humano, no como género).

  • Primero.- Es muy difícil juzgar desde fuera si una acción es un acto de amor cristiano o no. La autoridad de interpretación la tiene, en primer lugar, el creyente mismo.
  • Segundo.- Ningún ser humano puede vivir sin actuar; como consecuencia, no existe situación, aunque carezca de importancia, exento de significado ético. Levantar una paja del camino, así el ejemplo famoso de Lutero, puede ser una buena obra, en caso de que se haga por amor por otro, respectivamente desde la convicción que no es necesario para ser justificado.
  • Tercero.- El bien -en el sentido del amor cristiano- no se deja cuantificar; no está sujeto a una competencia de superación.

En un tiempo donde muchos creyentes perciben la libertad cristiana sólo en términos de libertad de culto -la que, por supuesto, también se debe reclamar  así como se debe conceder-,  es liberador volver a entender este concepto central de la fe bajo la luz de nuestra relación con Dios. Porque en este sentido la libertad cristiana es única, no la puede tener sino el que cree en Jesucristo y es privilegio del creyente el que se somete porque así lo quiere.

Dios, en su soberanía, tiene el poder de hacer todo lo que quiere. Pero sólo quiere hacer lo que está dentro de su perfección en amor y justicia de amor. En este último punto, la libertad en Cristo nos abre un vistazo a lo que significa ser como Dios.

La libertad cristiana y la Reforma

La libertad cristiana y la Reforma

El hombre cristiano es un señor libre sobre todas las cosas y no sujeto a nadie. El hombre cristiano es un siervo dispuesto a servir  en todas las cosas y sumiso a todos.

Así suena la frase más famosa del tratado De libertate christiana o Von der Freiheit eines Christenmenschen – «De la Libertad del Hombre Cristiano». Bajo este título resumió Marín Lutero su clamor por la libertad del ser humano en fe, acción y actitud.  Sus contemporáneos escucharon en este llamado cosas diversas, como por ejemplo, en cuanto a la posición del individuo frente a las autoridades eclesiásticas y seculares. De la libertad individual también se deduce la libertad de conciencia, la que hasta hoy -y hoy más que nunca- rige la convivencia entre  Iglesia y Estado en la sociedad.

La apelación a la conciencia moral en contra de las autoridades estatales y eclesiales es la escena nuclear de la Dieta de Worms en 1521 y de impacto de gran transcendencia: el despertar del pénsamiento autónomo. Los hombres comenzaron a descubrir en grado cada vez mayor su propia personalidad y capacidad frente al estado y la iglesia. Al colocar la responsabilidad personal y la decision de conciencia de cada uno en posición central, la Reforma anunció el fin del poder absoluto de las autoridades.

No obstante, hasta la realización plenaria de este concepto hay un camino largo con muchos desvíos y retrocesos, aun dentro del mundo cristiano y hasta el día de hoy. Más importante, entonces, preguntarnos por el significado de lo escrito por Lutero sobre este concepto central, en cuanto a nuestra propia relación con la libertad dentro de nuestro propio contexto.

El trasfondo

Desde el Imperio de la Iglesia, es decir, desde que se estableció como religion del Imperio Romano (380), y a lo largo de toda la Edad Media, el cristianismo se considera como orden sacro dentro del cual cada ser humana ocupa una posición fija, prescrita por Dios. La  Iglesia como un todo gozaba, por supuesto, de la libertad a fijar este orden según parámetros establecidos por ella (en contraste con el judaísmo que se regía según una ley divina muy detallada). Empero el creyente individual debía subordinarse para encajar en este orden. Sólo mediante esta subordinación y el cumplimiento de las múltiples obligaciones formales definídas la Iglesia, le fue posible al cristiano participar de la salvación por Cristo; así lo enseñaba hasta entonces la doctrina de la redención.

Para Lutero y los reformadores que le siguieron, esto era contrario al sentido de religion: «Aun cuando por tantas buenas obras estuvieras sobre pie todo el tiempo, todavía no serías justificado ni darías honor a Dios, así que no cumplieras el primer mandamiento». Por ende, la religion concebida bajo los parámetros anteriores actúa en contra de la libertad terrenal individual y solo le remite al creyente a una vida mejor y justa en al más allá. A esta perspectiva Lutero contrapone el concepto extraido de los escritos paulinos: que el hombre cristiano tiene que ser libre precisamente en el Aquí y Ahora. Lo sustenta con que no es por las obras sino únicamente por la fe que el hombre alcanza la justificación.

La libertad cristiana: su significado

Dentro de la historia humana, el tratado de Lutero traza la línea que separa el pensamiento medieval del pensamiento moderno. Al postular el sumario de las libertades cristianas las presenta no como independientes una de la otra, sino como una secuencia lógica de argumentación. Esto no solo según la comprensión de una lectura después del siglo XX; ya sus contemporaneos comprendieron la conexión entre libertad religiosa y las demás libertades culturales, intelectuales, sociales, económicas y políticas. El pensamiento central significa un revolcón total en la relación entre religion y libertad individual.

Una verdad teórica

Una mirada a la historia es suficiente para darnos cuenta que ni el reformador, ni la Reforma, ni los hijos de la Reforma entre cuyos bisnietos figuramos, lograron implantar este concepto grandioso del Evangelio. Una tras otra vez fracasa la Iglesia a vivir hasta la altura de su libertad y cada vez lo paga más caro con la pérdida de su influencia. Incluso donde los números parecen indicar lo contrario, está claro que las multitudes que se reúnen en los estadios y templos ni conocen ni se interesan por la libertad en Cristo que se les concede como privilegio y como responsabilidad.

Y sin embargo, es el ejercicio de esta libertad, tan caramente comprado por el Señor Jesucristo, lo que da validez a la decisión de obedecerle.

 

La Carta a los Romanos

La Carta a los Romanos

Esta epístola es la pieza principal del Nuevo Testamento y el Evangelio más puro. Está bien digna y merecedora de que un cristiano no sólo la conozca de memoria palabra por palabra, sino que también todos los días la trate como el pan diario del alma. Porque jamás puede leerse ni considerarse en exceso. Entre más uno trata con ella, más deliciosa se vuelve y más nos gusta. Por lo que también yo quisiera agregar mi servicio con este prefacio y, hasta donde Dios me lo concede, procurarle una introducción con el fin de que sea tanto mejor comprendida por cada uno. Ya que hasta ahora ha sido malignamente denigrada por interpretaciones y ciertos murmuraciones, cuando al contrario es luz brillante en sí y enteramente suficiente para aclarar a la Escritura entera. En primer lugar debemos comprender el lenguaje y saber lo que San Pablo quiso decir con las palabras: ley, pecado, gracia, fe, justicia, carne y otras similares. Sí no, la lectura no nos aprovecha.

Con esas palabras comienza Lutero la introducción a la Epístola a los Romanos de Pablo, el autor en la Biblia que como ningún otro iría a explicar a los discípulos cuáles eran los fundamentos y principios de su fe.

Los escritos de Pablo tenían reputación de difícil comprensión, y desde Orígenes (185-254) existían interpretaciones diferentes. Desde el siglo II hasta el XV se redactaron por lo menos 32 comentarios importantes. No obstante, sea desde la perspectiva intelectual o teológica, la Carta a los Romanos siempre se consideraba la obra maestra de Pablo. En el siglo XX, el eminente teólogo neo-ortodoxo Emil Brunner dice: «¡Qué poder espiritual debe haber estado vivo en este Pablo que fue capaz de dictar tal obra en unas cuantas noches.» Según fuentes antiguas, el padre de la Iglesia Crisóstomo mandó que se le leyera la carta una vez semanal; el reformador Calvino dijo de ella que abre la puerta a todos los tesoros de las Santas Escrituras.

Según la convicción de Lutero, el que entiende la Carta a los Romanos tiene acceso a casi toda la Biblia. En ella, Pablo no sólo resumía a la doctrina neotestamentaria: también abría el acceso al Antiguo Testamento. La comprensión de la revelación progresiva y el cristocentrismo sostenido por Lutero parten de Romanos, más que de ningún otro texto.

El descubrimiento

Antes de estudiar a Pablo, Lutero temía a Dios y a Cristo como jueces implacables del mundo y de la humanidad. Este terror le quitó la tranquilidad. Su superior en el monasterio y consejero espiritual, Johannes von Staupitz, le aconsejó: «Tenéis que haceros Doctor o predicador, para que tengáis algo que hacer.»

A partir de otoño 1512 Lutero lee cátedra en Wittenberg. Pero el trabajo duro no lo libera del miedo.  En el semestre 1515/16 establece la asignatura de la Carta a los Romanos. Cuando llega a 1:17 se detiene. Comienza a odiar la expresión «justicia de Dios» ya que la entiende como la cualidad de Dios por medio de la cual castiga a los injustos. En la búsqueda todavía inconsciente por el Dios de gracia, el profesor de teología lucha contra Dios y se rebela contra Él: «Como si no fuera suficiente que el pecador sea perseguido por la ley, ¿Dios también tiene que amenazarlo con su ira por medio del Evangelio?»

Aun cuando Lutero casi se destruye en su interior, el texto ya no lo suelta. De repente se le ilumina la mente. Su mirada se dirige a la continuación del verso: «El justo por fe vivirá.»  Comprende que la «justicia de Dios» no se define como su intención de condenar al pecador, sino que describe a la dádiva divina que restablece al pecador. Dios viste al que cree von la justicia de Cristo para salvarlo. Para Lutero, el pasaje de Romanos se convierte en «el portón del paraíso».  Ahora lo tiene claro:

«El justificado por fe, vivirá.»

La influencia

El preámbulo de Lutero repercutió fuertemente en diferentes movimientos posteriores. Para Juan Wesley era el impulso definitivo. En la noche del 24 de mayo de 1783, durante una reunión de creyentes en Londres, se hizo lectura de este escrito:

«La fe es la obra divina en nosotros, lo que nos transforma y nos hace nacer de nuevo desde Dios y da muerte al viejo Adán; hace de nosotros a hombres diferentes en corazón, ánimo y mente y en todas las fuerzas y trae consigo al Espíritu Santo… Ella (la fe) no pregunta si hay buenas obras por hacer, más bien, antes de que uno pregunte, ya las ha hecho y permanece para siempre haciéndolas.»

La Carta a los Romanos habló a Agustín en su búsqueda de Dios, respondió a Lutero cuando deseaba al Dios de la gracia y ayudó a Wesley en su lucha por la fe que salva. El teólogo de mayor influencia del siglo XX, Karl Barth recibió respuesta desde Romanos a la pregunta central: «¿Cómo puedo yo, precisamente yo el hombre, propagar la Palabra viva de Dios, precisamente la palabra de Dios?» En medio de la Primera Guerra Mundial empezó con la interpretación de la Carta a los Romanos y la terminó en 1918, abogando por un entendimiento de la revelación según Romanos:

«Dios es Dios, pero es Dios para el mundo. El mundo es el mundo, pero es amado por Dios. Dios se encuentra con el mundo en Jesucristo.»

Una tras otra vez, la Carta a los Romanos ejerce profunda apelación a los hombres. Coleridge la describe como «la obra más profunda escrita jamás». Melanchthon, compañero y sucesor de Lutero acostumbraba copiarla diariamente dos veces para no olvidar nada de ella. Y no pocos modernos aprecian al Apóstol Pablo como «el intelectual más grande de la Antigüedad» a causa de lo que alguna vez escribió a la comunidad cristiana en Roma.

Todos lo deben saber

Lutero termina su preámbulo diciendo:

«Así que encontramos en esta epístola de la forma más rica lo que un cristiano debe saber, es decir, lo que es ley, evangelio, pecado, castigo, gracia, justicia, Cristo, Dios, buenas obras, amor, esperanza, cruz, y cómo debemos comportarnos para con cada uno, sea piadoso o un pecador, fuerte o débil, amigo o enemigo, y frente a nosotros mismos.  Además, todo esto se razona de manera contundente con citas de la Escritura, se comprueba con el ejemplo de sí y de los profetas, así que en este respecto no deja nada que desear. Por eso también parece como si San Pablo hubiera pretendido resumir en breve a toda la enseñanza cristiana y evangélica en esta epístola y con ella abrir el acceso a todo el Nuevo Testamento. Porque, sin duda: el que lleva a esta epístola en el corazón, lleva consiga a toda la luz y fuerza del Nuevo Testamento. Por ende, que todo cristiano la use para todo y permanentemente. ¡Qué Dios de su gracia a esto! Amén.»

La Reforma y las Mujeres (3)

La Reforma y las Mujeres (3)

El lado oscuro

La vida en el claustro, por seguro, tenía su lado oscuro: una y otra abadesa llevaba un regimen de dureza y los sublimes votos de pobreza, de obediencia y castidad no siempre se respetaron. A pesar de esto, muchas monjas no estuvieron de acuerdo con la descripción de Lutero el que habló de la vida monacal como de una «prisión perpetua». Con la crítica y la siguiente aperture de los claustros, no sólo se perdió un estilo de vida, la soltería femenina respetada, también se plantó una norma social nueva. Una mujer tenía que ser esposa, server al marido y dar luz a la descendencia.

Con todo el aprecio que tenía para con su propia esposa, con todos los principios sobre la igualdad spiritual de los sexos, tampoco Lutero cedió en el punto del rol de la mujer:

«Aun cuando ellas (las mujeres) se fatiguen y desgasten hasta la muerte (por los embarazos), esto no hace daño. Que se desgasten hasta morir; para eso nacieron.»

La libertad, que era un valor tan importante para Martín Lutero, no se concedía de la misma manera cuando da la mujer se trataba. En lo que a ellas respecta, el potencial emancipatorio de la Reforma no hizo su pleno despliegue. El sacerdocio universal, entre otros, hubiera tenido que abrir el acceso de las mujeres a todas las funciones eclesiales. Pero no fue así. Con pocas excepciones -en los movimientos radicales de los anabaptistas y posteriormente en el pietismo- tenían que pasar casi 500 años más, antes de que surgiera una discusión seria sobre la ordenación de mujeres que luego llevó a su implantación. En las iglesias luteranas de Alemania, la emancipación completa rige desde 1968. Hasta hoy hay un gran número de denominaciones que todavía se niegan a dar el paso hasta el reconocimiento con todas sus implicaciones. Y basta asistir a algunas ceremonias matrimoniales en congregaciones evangélicas para darse cuenta que su interpretación de Efesio 5:21-33 no fue sometida a un mayor examen exegético.

La Reforma y las mujeres: conclusiones finales

A la pregunta sobre si la Reforma trajo ganancias para la libertad de las mujeres, si dio impulso a la emancipación femenina, no existe una respuesta única. Dentro del movimiento reformatorio, algunas mujeres individuales ciertamente experimentaron el aliento, la afirmación y liberación que el Evangelio de Cristo promete a todos los seres humanos; lograron descubrir y desarrollar un estilo de vida nuevo, hasta entonces no explorado. En resumen, no obstante, la Reforma redujo la imagen de la mujer al rol de esposa y madre, y esta imagen era la dominante durante los siglos siguientes. Sólo el las tendencias sociales del siglo XX condujeron a los cambios radicales  de los cuales actualmente somos testigos.

Parece justo decir que la Reforma plantó las semillas de este desarrollo, pero que el mismo suelo preparado por los reformadores era demasiado árido y pedregoso para que la siembra hubiera podido romperlo.  De hecho, desde tiempos bíblicos y la era de reformación todavía yacen semillas en la tierra que esperan el tiempo de su maduración y cosecha.

Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús.

Esta declaración paulina es una de esas semillas, esperando a que el suelo se ablande y que pueda llegar a la realización plena.

 

La Reforma y las Mujeres (2)

La Reforma y las Mujeres (2)

El efecto de la Reforma para las mujeres

Sería difícil encontrar un área de la vida humana que no fuera  afectado por el revolcón de pensamientos que trajo la Reforma – tampoco la vida de las mujeres. El sacerdocio universal propagado por Lutero tomó en serio a la igualdad entre los hombres. «Por lo que todos los hombres cristianos son sacerdotes, todas las mujeres sacerdotisas, joven o viejo, señor o siervo, patrona o sirvienta… en esto no hay diferencia», dice Martín Lutero en su escrito «A la Aristocracia Cristiana» de 1520.

Mediante esto, a toda mujer y a todo hombre se adjudica el acceso directo a Dios, sin que le hiciera falta ningún intermediario.  Esto eleva la autoestima de las mujeres: no necesitan a ningún ser humano, ni ningún hombre para entrar en contacto con Dios.

De la misma manera, el principio «Sola Scriptura», la orientación únicamente por medio de las Sagradas Escrituras como regla en todas las cuestiones de la fe, contribuyó a que las mujeres apuntaran a una lectura e interpretación bíblicas propias. La petición de Lutero de introducir la educación general para los niños de ambos sexos, constituyó una premisa importante para que mujeres aprendieran a leer y llegaran a descubrir la Biblia por sí mismas. Entre otras, eran también las mujeres dentro del texto bíblico que inspiraron y alentaron a tal visión. Marie Dentier, una anterior abadesa que tomó su residencia en Ginebra,  se refiere a la descripción bíblica de las mujeres cuando dice: «…ante todo, porque numerosas (mujeres) en las Escrituras reciben menciones de elogio, tanto por sus virtudes, sus posiciones, sus gestos, como también por su fe y su enseñanza.»

Conforme con la costumbre reformadora, la Biblia se usa como soporte para que las mujeres pueden inmiscuirse, que fueran consideradas como sujetos de la teología y  no debían ser difamadas o confinadas detrás de barreras por su género. Y no como último, «la libertad del hombre cristiano» (hombre en el sentido de la palabra alemán para «ser humano») propaganda por Lutero, les dio valor a las mujeres de abandonar a formas de vida restrictivas como la vida monacal en el claustro.  También la ética laboral de Lutero que no solo apreciaba al trabajo spiritual o intelectual, sino a todas las formas de trabajo, significaba una mayor valoración también de las labores adscritas a las mujeres.

Una liberación con muchas dudas

No obstante, esta lista de consecuencias positivas de los cambios causados por la Reforma, representa solo un lado. También existe otro lado de la medalla.

El famoso escape de Catalina de Bora del claustro de Nimbschen era sin duda un acto de liberación para ella. De la monja Ursula de Münsterberg sabemos que quería abandonar al monasterio porque vio por fuera de sus muros mayores oportunidades de practicar la caritas que amaba.

Pero también hubo no pocas mujeres que fueron obligados de dejar la vida reclusa, a las que unos parientes habían sacadas fuera de sus celdas con el fin de que cerraran un matrimonio conveniente en contra de su deseo propio. Ursula Dobler era una de ellas. No quería acceder a los reclamos sexuales de su reciente esposo y huyó de la comunidad matrimonial. No se sabe si pudo cumplir su deseo de volver al monasterio, pero es documentado que incluso Martín Lutero fue involucrado en el asunto y que recomendó no obligarla a la vida de casada. Las disputas acerca de las monjas y mujeres por fuera del claustro se llevaron ocasionalmente de forma muy acerba, como también se observa en diferentes escritos de propaganda.

Con todo, la inclinación de abandonar la vida monacal entre las monjas no era tan grande como entre los monjes. También las razones por hacerlo son diferentes. Algunas se sentían muy a gusto con la regularidad de la vida monacal: su horario invariable y las expresiones espirituales, así que hubieran preferido mantener la fidelidad a este estilo de vida así como la compañía de las mujeres con las que habían compartido tanto tiempo.

Pero, ante todo, las alternativas que se les ofrecían por fuera del monasterio no eran especialmente atractivas. O tenían que encontrar a un marido quien les desposara y les procurara el sostento, o buscar un puesto de sirvienta en alguna casa o taller, o regresar a la familia de su origen, por la cual muchas veces habían sido entregado al claustro, para deshacerse de ellas.

En todo caso significaba renunciar a un modo de vida más autónomo y privilegiado. Porque la pertenencia al monasterio otorgó a las mujeres una provision asegurada, muchas veces una educación superior, protección de la tutela por un miembro masculino -padre, tío, hermano, hijo o el mismo esposo- y las mantuvo al margen de los peligros físicos como embarazo, parto y posparto (en este tiempo causa número uno de muerte).

Queda otra pregunta: ¿mejoró la Reforma la posición de la mujer en la familia y en la sociedad? Como siempre, la respuesta no será simple.

Continuará…

La Reforma y las Mujeres (1)

La Reforma y las Mujeres (1)

Liberación o subyugación

Comencemos nuestro examen del impacto de la Reforma en el ámbito de la sociedad y del indivduo con el grupo más importante: las mujeres.  Son el grupo más importante porque, si no son mayoría, tampoco son minoría. Son el grupo que sufrió la opresión más larga y, lo que las hace interesante para nuestro contexto, son el grupo cuya discriminación ha sido -y es todavía- justificado con argumentos religiosos.

¿Qué trajo la Reforma a las mujeres? ¿Aliento, respaldo, liberación? ¿O continuación de la subyugación bajo pretextos teológicos?

Resultado de imagen de catalina de boraMartín Lutero (1483-1546) y su amada esposa Catalina de Bora (1499-1552). Su matrimonio se celebró en 1525 y duró hasta la muerte de Lutero. Tuvieron seis hijos de los cuales dos murieron en tiempo de vida de los padres.

El papel de las mujeres en la Reforma

No cabe duda: los impulsos decisivos para la Reforma partieron de Lutero y sus colegas, todos hombres de erudición. Aun así: la Reforma es más que la obra de los reformadores. Hubo muchos que contribuyeron a este movimiento, antes de Lutero, y después de él. Entre esas personas también encontramos un gran número de mujeres; mujeres cuyos nombre no forman parte de la narrative tal como lo hacen los de Melanchthon, Calvino, Zuinglio, Knox… etc.

Haciendo memoria de los 500 años, la investigación histórica también se ocupó de aclarar el papel de las mujeres dentro del movimiento reformador. Descubrieron no solo a la ya conocida Catalina de Bora, sino también a la teóloga laica Catalina Zell y su obra literaria, o a princesas como Isabel de Calenberg-Göttingen. Que un personaje como Argula de Grumbach hasta hace poco era desconocido, es difícil de comprender, contemplando su historia de vida y su aporte a la Reforma. Esa mujer de una familia de la baja nobleza que había venido a menos, defendió a un joven protestante en contra de las autoridades y en contra de los profesores universitarios; entraba en correspondencia sobre cuestiones teológicas con Lutero mismo; tuvo un encuentro con él en la Fortaleza Coburg y sus volantes propagandísticos a favor de la Reforma alcanzaron números de impresiones más altos que los de muchos hombres.

Otra mujer es Olimpia Morata, nacida en Italia; allá se había criada y educada en la vida aristocrática, y desde su infancia fue considerada como genio prodigio, versada en los idiomas antiguos y en la filosofía de la antigüedad. Su simpatía para la Reforma obligó a esa erudita y humanista a abandoner a Italia. Con su esposo se radicó en el sur de Alemania, donde recibió la extraordinaria oferta de enseñar griego antiguo en la Universidad de Heidelberg. Que su renombre sobrevivió su propio tiempo queda documentado por el hecho que la iglesia luterana regional de Baden nombró a la sede de su seminario como «Casa Morata».

Sí las hubo, pues, mujeres que rompieron al rol que les fue sasignado, las que no querían dejarse prescribir cómo  comportarse, qué debían decir, y qué tenían que pensar. Pero solo en tiempos recientes existe interés en examinar cuál era la ganancia que las mujeres en su totalidad obtuvieron por medio de la Reforma. ¿Mejoró su posición en la Iglesia? ¿Aportó la Reform a la emancipación femenina? ¿O quizás la influencia reformadora debe registrarse como retroceso en lo que respecta a ellas?

Continuará…

 

¿Tiene la Reforma un mensaje para hoy?

¿Tiene la Reforma un mensaje para hoy?

Martín Lutero no era ni el primero, ni el único, en la larga fila de creyentes preocupados por el camino que está tomando la Iglesia de Cristo en su tiempo, ni tampoco fue el último. Lo que distingue a este alemán, descendiente de una familia en ascenso a la burguesía, es la interpretación renovada del mensaje bíblico, producto de su trabajo como profesor de Teología. Soltarse de las ligaduras de la tradición y confrontar la doctrina y práctica eclesial que vivió con la terquedad de sus antepasados campesinos, es su mérito. El ingrediente básico de la Reforma protestante es, sin duda, su sustentación por la cátedra teológica.

Sin embargo, el movimiento puesto en marcha por Lutero hubiera podido terminar donde muchos otros terminaron: en las hogueras de la inquisición, si no hubiera sido gracias a un segundo factor: el momento histórico propicio, una época en la que las exploraciones y descubrimientos  científicos demostraron que lo que siempre se había creído sobre el mundo, era obsoleto y desaprobado. Las mentes quedaron preparadas para poner en duda incluso lo que hasta entonces figuraba como verdad espiritual.

La Reforma es, a pesar de que mucho de la cosmovisión de los reformadores tenía su ancla en una percepción medieval del mundo, un producto de la era moderna, un toque de trompeta que presagia y anuncia cambios vertiginosos. Al propagar la lectura de la Biblia, usando el instrumento de la imprenta, abrió las Escrituras al examen crítico, pero también dio a las masas acceso a la educación, la clave del progreso social. Cabe plantearnos la pregunta sobre el papel de la Iglesia en una época denominada pos-moderna

Una distancia de 500 años es una medida adecuada para evaluar si existe un mensaje que haya perdurado por el tiempo, por lo que nos parece bien hacer tres recomendaciones:

  1. NO espiritualizar la Reforma: su nacimiento está inseparablemente vinculado al desarrollo histórico del mundo y su éxito se debe en igual medida a las vicisitudes políticas y sociales de su época.
  2. NO idealizar la Reforma: sus actores tenían virtudes, deficiencias y fallas humanas; entre sus consecuencias también se encuentran algunas de impacto negativo y desastroso para el destino de la humanidad.
  3. NO limitar la Reforma: su repercusión excedió por lejos al ámbito religioso, cambiando la cosmovisión de un continente y su expansion; y también transcedió a su sociedad contemporánea hasta hoy.

¿Creemos que ya todo lo sabemos o seguimos buscando la verdad fundamentada por la interpretación teológica? ¿Preferimos aceptar conceptos que no desafíen nuestra cosmovisión o rechazamos los pretextos cómodos de no reformarnos? ¿Cuál es nuestra responsabilidad heredada como ministros competentes del Nuevo Pacto, administradores fieles de la Comisión de Cristo y de los reformadores que arriesgaron todo?

¡Qué los 500 años de la Reforma protestante sean ocasión de meditar sobre ello!