El Milenio de la Iglesia (1)

El Milenio de la Iglesia (1)

La doctrina que hace falta

Para muchos creyentes, la renovación doctrinal de la Reforma, era lo ultimo que faltaba para dar expresión definitiva a la enseñanza de la Iglesia.

Pero, al sólo pensar un poco, nos damos cuenta que, por supuesto, no es así. El Pentecostalismo, por ejemplo, aunque presente de forma intrínseca siempre, no encontró manifestación doctrinal explícita sino a finales del siglo XX. Lo mismo se puede decir de la Misiología, cuyo reconocimiento como rama de la teología sistemática no empezó antes del ultimo siglo y sólo en el presente está adquiriendo matices definidas. Y capítulos enteros de la antropología bíblica tienen que escribirse de nuevo sobre todo lo que tiene que ver con la identidad y el papel de la mujer, por ende, con el ser humano mismo. Esto, por su parte, tiene como consecuencia un concepto renovado sobre la participación femenina en el gobierno y las funciones eclesiales.

En un examen del pensamiento cristiano y de su impacto a la vida y el ministerio de la Iglesia, se cristalizan dos focos principales cuyo desarrollo ha abarcado largos siglos, mucha controversia, y chorros de sangre.

El milenio de la Cristología

Si alguna inquietud doctrinal obsesionó a la Iglesia del primer milenio, era antes que nada la identidad de su fundador y cabeza. La pregunta sobre quién era Jesús de Nazaret, cuál era su persona y su naturaleza, provocó tal pluralidad de respuestas, semejantes discusiones y disputas, que, por primera vez, la unidad de la Iglesia se vio en peligro.

Causó los primeros muertos inflingidos por la iglesia dentro de sí misma. Causó el primer cisma en lo que hasta entonces había sido una sóla entidad.  Causó también los primeros intentos de conciliación, las primeras formulaciones confesionales de la doctrina, los credos. Y fue un Credo el que, a pesar de otras controversias estruendas, dio la definición última a la cristiandad por siglos venideros.

Incluso la liberación de la dogmática por los teólogos liberales del siglo XIX no prevaleció por mucho tiempo, habiendo sido destituido por una nueva ortodoxia, tanto liberadora como afirmadora de lo que desde Calcedonia 451 es la confesión común de los creyentes cristianos:

«Jesucristo es una persona divina con naturaleza divina y naturaleza humana.»

Trágicamente, haber extraído de las Escrituras una mayor comprensión de la persona de Dios (entendiendo que sin comprender la persona de Jesucristo no hay comprensión de la Trinidad), no se manifestó en perfilar la identidad cristiana y nuestro papel como agente de Dios en el mundo.

El milenio de la Soteriología

La duda sobre la forma en la que la Iglesia administraba el bienestar de las almas, surgió mucho antes de la venta de indulgencies, que se consituyó sólo en la chispa que hizo estallar el polvorín acumulado por los siglos. En el centro del cuestionamiento se encontraba el monopolio que la Iglesia reclamó sobre los instrumentos de santificación, los sacramentos, entre ellos el más importante, la absolución del pecado, otorgada en la confesión. Era un reclamo eclesial basado en lo histórico, no en lo bíblico.

Repetidos movimientos, posteriormente llamados prerrefomartorios, se mostraron críticos y dispuestos a abolir este prerrogativo de la Iglesia. Junto con el gran número de auténticos herejías, fueron combatidos y erradicados sin conmiseración.

Hasta que… la historia de la Reforma hace claro que tenía éxito donde los demás habían sucumbido, ante todo por dos motivos:

  • La superioridad de su manifestación teológica que, por medio de la recién introducida imprenta, fue divulgada con rapidez y gran impacto.
  • Su conveniencia política dentro del ambiente europeo del siglo XVI que le valió el apoyo de una clase dominante.

De ahí que, incluso antes de que Lutero apareció en la Dieta de Worms para afirmar su interpretation no autorizada de las Escrituras, hasta los niños en muchas regions del Sacro Imperio Aleman sabían repetir la verdad central de la Reforma:

«El justificado por la fe, vivirá.»

Sin embargo, el saber sobre cómo el hombre llega a salvación, sólo de forma limitada contribuyó a la formación de la nueva humanidad. A muchos, los hace soberbios por saberse ‘elegidos’. Como el primer pueblo de Dios se sienten privilegiados frente a los que no han sido destinados a salvación. A otros, les hace cómodos: ya que somos salvados por fe y no por obras, creer era lo importante, no la acción. Últimamente, creer ya no significa creer en el Jesucristo divino, el que se hizo hombre para que pudiéramos imitar su perfección; numerosos ‘líderes espirituales’ enseñan que creer significa creer que Dios nos ayuda a alcanzar aspiraciones personales.

Poco de esto hace avanzar al propósito de Dios: volver toda la creación a su gobierno, o, como también se expresa: «Unir todas las cosas en Cristo».

El milenio de la Eclesiología

Sí, está dicho. La doctrina que hace falta, que ha sido tergiversada por el catolicismo romano, y que sólo rudimentariamente tiene espacio en la teología sistemática evangélica; la doctrina  que, por ende, se ejerce en la teología práctica a manera de la conveniencia humana, no según la interpretación de las Escrituras, es la doctrina de la Iglesia.

Sólo en la Iglesia verdadera el  verdaderamente salvado puede encontrarse con el Salvador verdadero.

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